jueves, 23 de octubre de 2008

Una Pedagogía Comunista, por Walter Benjamin (1929)


La psicología y la ética son los polos en torno a los cuales se agrupa la pedagogía burguesa. No hay que suponer que ésta se ha estancado.

Obran en ella fuerzas diligentes y a veces importantes. Pero no pueden evitar que el pensamiento de la burguesía —en éste como en todos los ámbitos— esté escindido de una manera no dialéctica y desgarrado en sí mismo. Por un lado, está el problema de la naturaleza del educando: psicología de la infancia, de la adolescencia; por el otro, el objetivo de la educación; el hombre íntegro, el ciudadano. La pedagogía oficial es el método que adapta entre sí a esos dos elementos —la predisposición natural, abstracta, y el ideal quimérico— y sus adelantos siguen la tendencia a sustituir, cada vez más, la violencia por la astucia. La sociedad burguesa parte del supuesto de la existencia de una niñez o adolescencia absolutas, a las cuales asigna el nirvana de los Wandervögel.* y de los boyscouts, así como del supuesto de un ser humano y un ciudadano absolutos a los cuales adorna con los atributos de la filosofía idealista. En realidad se trata de disfraces, relacionados entre sí, del conciudadano útil, socialmente confiable y consciente de su casta. He aquí, pues, la índole inconsciente de esa educación a la cual corresponde una estrategia de insinuaciones y empatías. “Los niños nos necesitan más que nosotros a ellos” es la inconfesada máxima de esa clase que subyace tanto en las especulaciones más sutiles de su pedagogía, como en su práctica de procreación. La burguesía ve en su prole al heredero; los desheredados ven en la suya auxiliadores, vengadores, liberadores. Es ésta una diferencia bastante dramática.

Sus consecuencias pedagógicas son incalculables.

La pedagogía proletaria no parte, en primer lugar, de dos datos abstractos, sino de uno concreto. El niño proletario nace en el seno de su clase. Mejor dicho, desciende de su clase y no de su familia.

Es, desde un principio, un elemento de esa descendencia, y su futuro no está determinado por ningún objetivo educacional doctrinario, sino por la situación de la clase. Esa situación lo encierra desde el primer momento, ya en el vientre de su madre; la vida y el contacto con ella serán muy propicios para agudizar desde un principio su conciencia, a través de la escuela de la indigencia y el sufrimiento.
Y ésta se convierte en conciencia de clase. Porque la familia proletaria no brinda al niño mejor protección contra la cortante comprensión de lo social que le brinda su deshilachado abriguito de verano contra el cortante viento invernal. Edwin Hoernle (1) ofrece suficientes ejemplos de organizaciones infantiles revolucionarias, de huelgas escolares espontáneas, de huelgas de niños en la cosecha de la papa, etc. Lo que distingue su pensamiento aun del más sincero y mejor de la burguesía es que toma en serio no solamente al niño, a su naturaleza, sino también su situación social, que para el “reformador escolar” nunca llegará a constituir un verdadero problema. A éste dedicó Hoernle el agudo párrafo final de su libro, que menciona a los “reformadores escolares austromarxistas” y al “idealismo pedagógico seudorrevolucionario” que protestan contra la “politización del niño”. Pero —señala Hoernle—, ¿cuál es la función oculta pero precisa, de la escuela primaria y profesional, el militarismo y la Iglesia, las asociaciones juveniles y los exploradores, si no la de ser instrumentos para una formación antiproletaria de los proletarios? A todo eso se opone la educación comunista, no de manera defensiva, por cierto, sino como función de la lucha de clases. De la lucha de la clases por los niños que le pertenecen y para los cuales ella existe.

La educación es una función de la lucha de clases, pero no sólo esto. De acuerdo con el credo comunista constituye el aprovechamiento total del medio dado al servicio de los objetivos revolucionarios. Como ese medio no sólo es lucha, sino también trabajo, la educación se presenta al mismo tiempo como educación revolucionaria para el trabajo. El libro alcanza su máximo grado de interés al referirse al programa de esa educación revolucionaria. Al mismo tiempo introduce en el programa de los bolcheviques un punto decisivo.

En la era de Lenin tuvo lugar en Rusia el significativo enfrentamiento entre partidarios de la educación politécnica y de la educación monotécnica.

¿Especialización o universalismo del trabajo?

La respuesta del marxismo es: universalismo. Sólo el hombre que experimenta los más diversos cambios en el medio; sólo aquel que vuelve a movilizar sus energías al servicio de la clase en cualquier ambiente, logrará esa disposición universal para la acción que el programa comunista opone a lo que Lenin llama “el rasgo más repugnante de la vieja sociedad burguesa”: el divorcio entre la práctica y la teoría. La audaz e imprevisible política de los rusos con respecto a la mano de obra es enteramente el producto de esa nueva universalidad, no humanista y contemplativa, sino activa y práctica: la universalidad del estar dispuesto. Las incalculables posibilidades de utilización del trabajo humano liso y llano, esas posibilidades que el capital demuestra al explotado a toda hora, se revierten en un nivel más alto bajo la forma de formación politécnica del hombre, en oposición a la especialización. Estos son principios de la educación de las masas, cuya fecundidad para la de los jóvenes es palpable.

Sin embargo no es fácil aceptar sin reservas la formulación de Hoernle según la cual la educación de los niños no se distingue esencialmente de la de las masas adultas. Semejantes aseveraciones nos hacen ver cuan deseable, más aun necesario, hubiera sido complementar la exposición política así presentada con una exposición filosófica.

Pero faltan, por cierto, las bases preliminares para una antropología marxista, dialéctica, del niño proletario. (Así como el estudio del proletariado adulto tampoco ha adelantado gran cosa desde los días de Marx).

Esa antropología no sería otra cosa que un enfrentamiento con la psicología del niño, que tendría que ser sustituida por los detallados protocolos —elaborados según los principios de la dialéctica materialista— de las experiencias hechas en los jardines de infantes proletarios y en los grupos infantiles, en teatros infantiles y en ligas de exploradores. El manual comentado debería ser completado cuanto antes con ellos.

Es un manual, en efecto, pero es más. En Alemania no existe ninguna literatura marxista ortodoxa, fuera de la política y económica.

Es ésta la causa principal de la sorprendente ignorancia de los intelectuales —incluso los de la izquierda— en cuanto a las cuestiones marxistas. El libro de Hoernle demuestra, en uno de los temas más elementales, la pedagogía, con autoridad y agudeza, qué es el pensamiento marxista ortodoxo y a dónde conduce. Hay que tenerlo presente.

* Wandervögel (aves de paso) era la denominación de ciertas agrupaciones juveniles —en un principio sólo de colegios secundarios—, que constituían algo muy similar a los modernos mochileros. (N. de T.)
1 Edwin Hoernle, Grundfragen der proletarischen Erziehung, Berlín, 1929.

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